miércoles, 25 de abril de 2012

Por una taza de café


Después de pasar tanto tiempo sentada, su columna parecía ya haber tomado la forma de la silla, o peor aún estar fundida a ella. 
La cabeza se le mecía, primero de un lado a otro y luego de arriba hacia abajo. Después, recargó ambos brazos sobre el escritorio y recargó la cabeza sobre ellos, cerró los ojos por un momento -sólo unos minutitos- pensó.

La noche anterior se sumó otro desvelo: lecturas atrasadas, chismes cibernéticos y series de televisión culposas en un idioma ajeno a ella, no podía evitar pensar que no iba a sobrevivir el día. 

De pronto a su mente vino una imagen deliciosa: una taza. 

Una taza blanca sentada sobre un pequeño plato con estampado verde, un líquido de color oscuro y un aroma inigualable, insuperable. Café.

Sólo de imaginarse esto la boca se le hacía agua. Sin embargo, reacia a sucumbir a este, que para ella era un gran pecado, trataba de concentrarse en sus ocupaciones más urgentes:
-Tengo que enviar un mail para avisar de la cancelación del evento, hacer la relación de los últimos artículos necesarios para completar el informe... café, café ­¡¡¡café!!!!!-

El simple hecho de estar imaginándose el líquido, era un indicio de que se entregaría por completo a los efectos complacientes de la droga que contiene. Pero, trató una vez más.

Elaboró una taza de té verde, que según había leído, contiene también cierta cantidad de cafeína. El intento fue futil. 

Decidió sincerarse con ella misma, dejar las tonterías a un lado ¿qué importa el intestino inflamado cuando puede estar disfrutando de esta exquisitez?

Una vez que esta idea le cruzó por la mente, tomó sus llaves, su cartera y salió. Se sentó frente a la computadora sonriendo a escribir este post. 

Le quise dar una oportunidad más al café.

lunes, 16 de abril de 2012

¿Quién me ayudará a cruzar el río?


Ahora que lo pienso tuve muchos, quizá demasiados. Tal vez por eso no los supe apreciar como lo merecían.

Variaron tanto en aspecto como en personalidad: arriesgados, tímidos, feos, alterados y otros con agluna característica particular que los hacía destacar del resto.

Pero sólo con algunos de ellos tuve una conexión especial, con otros, simplemente fue complicado, basta decir que sobraban pantalones rotos y gritos.

Había uno al que llamaba "Chango", aunque de eso no tenía nada, nunca fue fuerte ni hábil y su apariencia hacía que otras personas lo rechazaran: su nariz estaba completamente descarapelada, sus ojos llorosos y sus orejas llenas de costras, parecía que siempre estaba enfermo.
 
Pero no fue su físico lo que me atrajo de él, sino su personalidad fiel y constante. Por las tardes me hacía compañía y yo le hablaba durante un buen rato sobre lo que me pasó durante el día, y mientras yo hablaba, él recargaba su cabeza en mis piernas escuchándome atentamente.

Después de un tiempo le empezó a fallar la visión, sus ojos, antes de un hermoso color avellana, se habían vuelto grisáseos, y pasaba la mayor parte del día sentado en un sólo lugar. Cuando le comenzaron las  convulsiones, me di cuenta de que nuestro tiempo juntos había llegado a su fin.

Después de él conocí a una más pequeña e irritable, al contrario del Chango, ella atraía a las personas por su belleza y carácter. Nuestro primer encuentro fue casi mágico, un raro caso en el que dos extraños coinciden y se atraen. A extremos opuestos de una calle veníamos ella y yo, nos miramos a lo lejos y aunque dudamos un poco, nos acercamos, nos detuvimos, nuestros ojos se encontraron y sonriendo, nos abrazamos, desde ese entonces no nos volvimos a separar, por lo menos no hasta que nos volvimos invisibles, yo para ella y ella para mí. Al poco tiempo dejó de ser mía, ahora sé que vive más tranquila y feliz con un tipo bastante parecido a ella.

Hubo otro un poco antes que ella. Nuestra relación fue fugaz pero intensa. Lo conocí en un accidente en el que se vio involucrado. Presencié todo. Un carro lo golpeó de lado y lo aventó cerca de la acera de mi casa. Pensé que estaba muerto, pero cuando me acerque a su cuerpo me di cuenta de que todavía respiraba, lo llevé adentro. A  los pocos minutos recrobró la conciencia y parecía no tener lesiones, permanecimos el resto de la tarde juntos y pasó la noche conmigo. Al día siguiente, sin avisarme, se había ido.

Todavía conservo el recuerdo de muchos más, como el color de su pelo, lo curioso de su figura e inclusive algunos de sus hábitos. Y a pesar de que no siempre mis experiencias con la especie canina han sido del todo buenas, pienso que son unos de los animales más nobles, sencillos y amigables que conozco.

Alguien me dijo una vez: "A los perros hay que tratarlos bien, cuidarlos y darles el respeto que se merecen. No sabemos si al momento de que llegue nuestra hora, sea alguno de ellos el que nos pueda ayudar a cruzar el río del Apanohuaia".

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Para mi Chango.
D.